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A propósito de las leyes de salud reproductiva:

OTRA VEZ EL ÁRBOL Y EL BOSQUE

Por Gustavo E. Barbarán

    La ley de salud reproductiva, que la Legislatura salteña discutía al empezarse esta nota, encierra una complejidad cuyo texto apenas anuncia, no tanto por sus ocho artículos sino por la naturaleza misma del tema. Éste y otros proyectos similares se han debatido en el país con distinta extensión, precisión o convicción. Lo que sigue aborda el tema desde una perspectiva geoestratégica poco considerada, aclarando que para su autor también es innecesario recurrir a los poderosos argumentos de orden moral, pues ya optó por defender la vida. 

Breve consideración teórica

    Mientras se producía el tratamiento legislativo en Salta, en Santiago de Chile y en La Paz se polemizaba al más alto nivel, reiterando el choque entre Iglesia Católica y autoridad pública. Tal confrontación concluye en una bipolaridad impropia que inhibe otra categoría de análisis. La simplificación, pues, conlleva una fuerte carga ideológica que impide ver más allá del árbol.

    El tema siguió en toda Latinoamérica casi idéntico derrotero: sectores intelectuales y políticos instalaron una problemática cuya dinámica desborda el mero marco de salud reproductiva y paternidad responsable. Ese iter recoge los criterios asumidos en los países centrales sobre la temida superpoblación mundial. En EE.UU y Europa el control de la natalidad -de eso se trata, en suma- implicó el abordaje de otras cuestiones que se dieron por añadidura como el aborto, la eutanasia, suicidio asistido, uso de embriones humanos, redefinición de la familia clásica y sus secuelas (divorcio, familia monoparental, iniciación sexual, uniones de hecho, uniones homosexuales, familias recompuestas, etc.). Con el tiempo, los debates se intensificaron y cada parte interesada tuvo la oportunidad de decir lo suyo con diverso grado de buena fe y seriedad.

    Ese avance reconocía desde su inicio un relativismo que apuntó a los valores ‘tradicionales’, presuntamente ineptos para la pos-guerra fría, imponiendo un cambio drástico en la perspectiva antropológica, por el cual una irrestricta autonomía de la voluntad avanzó sobre áreas inviolables hasta los años ’70, según lo apunta bien Alfonso López Trujillo en su documento The family and life in Europe, publicado en el Vaticano.

    La redefinición, por caso, del más básico relacionamiento humano –la familia-, su vigencia y sentido, necesariamente obliga en estos momentos a considerar también las repercusiones políticas, económicas y sociales, en especial si se observa que en varios países centrales se está reconsiderando lo actuado a la vista de los resultados.

    Las especulaciones intelectuales en torno de lo que implica ‘control de natalidad’ se originan en la primera mitad del siglo XX. Para Tony Mifsud SJ, la mentalidad contemporánea, en lo que a sexualidad se refiere, encuentra el mayor sustento en S. Freud, H. Marcuse y W. Reich, influenciados a su vez A. Schopenhauer, K. Marx y F. Nietzsche. Luego de leídos, releídos, interpretados si no distorsionados, aquellos ejercieron influencia en el pensamiento social y político y, dada la adhesión marxista de los dos últimos, la ‘revolución sexual’ del siglo XX expresó a su manera el choque entre las ideologías liberal-capitalista y socialista. La superación de la moral victoriana y de la represión sexual y la liberación femenina acentuaron la transformación de la conducta personal a partir de la década de 1970, disminuyendo la trascendencia de la sexualidad enmarcada en la unión familiar clásica, es decir matrimonio monogámico de varón y mujer. Desde entonces hasta hoy, la sociedad occidental vivió un crescendo de erotización, de modo que el engendrar hijos quedó relegado –en las culturas urbanas, especialmente- a un segundo plano, ante la opción por una libertad irrestricta.

        Para mayor claridad y abundamiento, nos remitimos a los numerosos pensadores, filósofos o sociólogos de su preferencia, que han abordado con profundidad estos condicionantes de la pos-modernidad. Pero la que sigue es otra visión de una ardua cuestión, que no conviene soslayar por las implicancias estratégicas que posee.

De la bomba poblacional a la bomba de envejecimiento

    La tasa de crecimiento poblacional hacia mediados de los ‘70 pasó a ser una preocupación mundial, coincidiendo con el pretendido nuevo orden económico internacional. La Organización de las Naciones Unidas y sus organismos especializados promovieron reuniones, conferencias e informes anuales en que la cuestión poblacional, el medio ambiente y los recursos naturales constituían la nueva agenda. Las más conocidas son las Conferencias Internacionales sobre Población y Desarrollo, promovidas cada diez años por la Comisión de Población y Desarrollo dependiente del Consejo Económico y Social. Existe también un Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) encargado de asesorar y asistir a los estados en la aplicación de servicios de salud reproductiva, planificación familiar y políticas poblacionales ‘sustentables’.

    Antes de realizarse la 2ª Asamblea Mundial sobre Envejecimiento en Madrid, abril 2002, la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU (que actúa como secretaría de la Comisión de Población) había publicado un trabajo referido al envejecimiento de la población mundial entre los años 1950 y 2050. En el primero, la proporción de ancianidad era del 8 %; subió al 10 % en 2000 y llegará al 21 % en 2050, o sea unos 2.000 millones de ancianos. La tasa de nacimiento global se estabilizará posiblemente hacia mediados del siglo XXII, entre 7.900 y 10.000 millones de seres humanos, contra los 6.100 millones del 2000.

    Al finalizar el siglo XX, algunos científicos habían proclamado el mayor crecimiento de población de la historia, dato más perceptible aún en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo. Sin embargo, constatada la progresiva disminución global, en esa reunión se decidió atender tres temas primordiales: 1º en 2050 el número de ancianos superará al de jóvenes, relación ya comprobada en varios países europeos; 2º esta desproporción, en relación con la población en edad laboral, repercutirá en la ‘equidad intergeneracional e intra-generacional’; 3º tal realidad impactará en los planos económico (ahorro, inversión, consumo, mercado laboral, jubilaciones e impuestos), político (cambios en la representatividad política) y social (incidencia de la vejez en políticas de salud, vivienda y composición familiar). La tasa de reemplazo generacional quedó en 2,1 a escala mundial (la misma para la Comunidad Europea en 1980), aunque cada país -en teoría- planifique su propio crecimiento poblacional. 

    Por otra parte, expertos y analistas de la política internacional están reflexionando sobre el mundo venidero, en el cual tendrán papel preponderante países que cuenten con un gran territorio y mucha población. Paul Kennedy, uno de ellos, los denominó países ‘pivot’ y los relacionó a las necesidades estratégicas de los EE.UU y sobre esa idea empezó a moverse el poder financiero. Se informó hace pocos días, que el banco de inversiones Goldman Sachs, por caso, planifica para el ‘área BRIC’, o sea Brasil, Rusia, India y China.

    Superficie y población son elementos que constituyen la base de los recursos ‘tangibles’ del poder nacional; Brasil, China, la India y la Unión Europea estarán entre esos protagonistas. Esa posibilidad explica la decisión de la UE por apurar un espacio único, el cual, con la reciente incorporación de 10 países del este, aumentó su extensión a más de 4 millones de km2 con una población de casi 453 millones. Estados Unidos posiblemente descienda al quinto o sexto lugar (atrapado entre las paradojas del poder no realizado, diría Celestino del Arenal: ya le ha ocurrido en Vietnam y le sucede en Irak).

    Más difícil de prever es si los países de mayor población y espacio serán por eso naciones desarrolladas; esta incógnita se vincula directamente a la estabilidad política mundial. De acuerdo con proyecciones de la ONU (Programa sobre Población Mundial del Ecosoc), al año 2000 los diez primeros países en cantidad de habitantes eran China, India, Estados Unidos, Indonesia, Brasil, Federación Rusa, Pakistán, Bangladesh, Japón y Nigeria. Para el 2050, el orden probablemente sea este otro: India, China, Estados Unidos, Pakistán, Indonesia, Nigeria, Bangladesh, Brasil, Etiopía y Congo. Cabe aclarar que en la primera lista todos tenían más de 100 millones de habitantes; en la segunda, otros países -Méjico (11º), Egipto (12º)- superarán largamente esa cifra. Adviértase que en las dos listas no figuran países europeos: en el 2000 Alemania aparece 12ª e Italia 22ª; los demás estaban bastante atrás. Pero si se toman las recientes incorporaciones más las que habrá hasta 2007, la UE obtendrá un tercer o cuarto puesto hacia 2050 y con EE.UU seguirían siendo espacios desarrollados del segundo ranking.

    En España el índice de fertilidad es de 1,23 niños por mujer española, pero el crecimiento constatado en el 2000 se debió al aumento de la inmigración. Un nivel similar -1,3- de disminución exhibía Rusia (17.075.400 km2, el más grande del planeta, con apenas 147.434.000 habitantes y tasa en descenso). Francia, con una tasa del 2,47 en el año 1970, llegó a 1,64 en 1994, registrando a partir del 2000 un ligero aumento -1,9- después que el gobierno de J. Chirac, consciente de la inversión de la pirámide social, decidió aumentar los subsidios por nacimiento, induciendo a los franceses a tener más hijos. Por eso el gran debate nacional de estos días -más que Irak- es la ley de retiro, ya que el dinero no alcanza para mantener a la generación que en su momento optó por la libertad hasta el paroxismo, según proponía Nietzsche, y ahora está para jubilarse.

    La fertilidad promedio ha disminuido en los principales países europeos. Considerándola en conjunto era de 2,1 coincidiendo con la tasa de reemplazo de 1980, para caer al 1,5 en 2003 con tendencia aún en baja. Italia, del 2,43 en 1970 llegó a 1,25 en 2000. Alemania 2,03 en 1970 a 1,48 en 1975, 1,25 en 1995 y 1,36 en 1998. Gran Bretaña, país que legalizó el aborto, estaba en 1,64 en 2000; aquí se suponía que el control de natalidad haría disminuir el número de abortos, sin embargo no ocurrió: los índices se mantienen pero en un contexto de natalidad en baja.

   Por cierto, no es lo mismo controlar la natalidad en países de alto nivel de vida que en China, donde obviamente los altos índices de pobreza han obligado a una estricta política del control de la natalidad. La “política del hijo único”, implementada con carácter coercitivo desde 1979, fue pensada solo para las ciudades, trajo los siguientes agravantes: esterilizaciones forzadas, abortos selectivos, implantación obligatoria de dispositivos en mujeres con un hijo, distorsión de los cocientes de género, no declaración de nacimientos de niñas, abandono y venta de hijas, discriminación a familias sin varones.

    En cuanto a los países latinoamericanos en el 2000, el mayor fue Brasil (4º de tamaño en el mundo) con una superficie de 8.511.965 km2 y una población de 165.851.000; Méjico, con una tasa de fertilidad actual del 1,38 anual, y Colombia -ambos con menos superficie que nuestro país (1.967.831 km2 y 1.138.914 km2)- tenían 95.831.000 y 40.803.000 habitantes respectivamente.

El caso argentino

    También en 2000, la Argentina distribuía sus 36.123.000 habitantes en los 2.766.889 km2 continentales (la 9ª superficie mundial). Por su extensión, nuestro país debiera tener más de 100 millones de personas, pero de acuerdo a esa proyección ONU, no llegaremos a 53 millones en el 2050. Y aparte de su baja población, nuestro país la tiene pésimamente distribuida: espacios como la llanura chaqueña, la meseta patagónica y las zonas cordilleranas, tienen una densidad menor a 1 hab/ km2, mientras casi la mitad de la población se concentra en menos de 1/4 del territorio (a 2001, la densidad nacional alcanzaba apenas 9,7 hab/ km2). La tasa de fecundidad llegaba a 3,049 en el quinquenio 1965/ ’70 para descender a 2,619 en 1992/ ’00. A su vez la tasa neta de reproducción de 1,4 en 1985/ ’90 bajó a 1,2 en 1995/ ’00. Aunque hay quienes sostienen lo contrario, en la Argentina de hoy estamos aún un poco arriba de la tasa de recambio generacional; por eso es buen momento para un replanteo general. La cuestión de la pobreza es el principal mal para combatir, pues la cohesión social aumenta en forma directamente proporcional a lo que disminuya aquélla.

    La problemática que impulsó los tratamientos de las leyes de salud reproductiva existe y posee aristas lacerantes, como los elevados índices de aborto y de embarazo precoz. Ningún país puede ser grande si sus niños y jóvenes no pueden vivir plenamente cada etapa de su vida. Pero es igualmente cierto que en vez de proponer o mejorar leyes verdaderamente protectoras de la natalidad, nuestro país la empezó a restringir. Las políticas que no se alientan, implican necesariamente el desarrollo de las fuerzas productivas; la inversión en salud, educación y una digna promoción familiar ajena a los avatares políticos de coyuntura. Frente a este panorama, la pregunta es si no debiera el estado argentino -y la provincia de Salta, a la cual en escala le ocurre lo mismo- propiciar una política demográfica racional, sostenida y proporcionada, que a la vez movilice los recursos naturales para alimentar a la gente. Parece indudable que al momento de planificar políticas de estado para el corto, mediano y largo plazos, estas consideraciones ni se atienden ni se entienden, porque en el fondo requieren una profunda reforma política. Si se trata de llenar espacios vacíos o distribuir población proporcionalmente, algún cambio profundo cabrá imaginar –por ejemplo- para los 9 millones de personas del conurbano bonaerense. Eso y redefinir el federalismo y la división política argentina es casi la misma cosa. ¿Hasta cuándo se eludirá este debate? ¿Acaso las dificultades para consensuar la ley de coparticipación no están indicando la profundidad del problema?.

    Se advierte, entonces, que el planteo es mucho más vasto y complejo que lo que contenga una ley de salud reproductiva. ¿Existe acaso esa voluntad de cambio, reclamada recurrentemente en cada una de nuestras recientes crisis?. En un mundo donde la riqueza se concentra de manera alarmante, ha ganado el cinismo y el ideologismo, apañando directa o indirectamente los intereses de las industrias médica y farmacéutica.

    Otro aspecto que conviene dejar claro es el de la legalidad. La reforma constitucional de 1994, como se sabe, otorgó jerarquía constitucional a varios pactos de derechos humanos en las condiciones de su vigencia; entre ellos la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, cuyo art. 4.1 protege la vida desde el momento de la concepción, norma que en igual sentido refuerza al art. 10 de la Constitución de Salta. Pese a que estas normas no ofrecen dudas, son previsibles durísimas batallas judiciales por la interpretación de la ley.

    El único estadista argentino que conocemos lo dejó escrito, fue Arturo Frondizi; lo hizo hace 29 años en “El Movimiento Nacional: fundamentos de su estrategia” (Ed. Losada, Buenos Aires, julio 1975); allí sostenía que

 “[...] como consecuencia del poderoso apoyo económico que ha recibido desde diversos centros de poder mundial, (el control de la natalidad) ha logrado sobrevivir la experiencia de sus fracasos y la demostración de su inconsistencia teórica. Para descartar la viabilidad de esta forma de genocidio ingenuo que se postula como sucedáneo del desarrollo, es innecesario recurrir a los poderosos argumentos de orden moral que fundamentan la oposición al control de nacimientos. Las razones de tipo económico y social son más que suficientes para demostrar que cuando se sostiene que el descenso de la natalidad es una precondición del crecimiento económico se tiende, en realidad, a postergar éste último al invertir los términos reales del problema. Porque la disminución de la natalidad es consecuencia del desarrollo y la urbanización, no su antecedente [...] (la cursiva es de AF)”.

         El ex presidente no lo dice, pero estaría pensando en el Banco Mundial de la gestión de R. McNamara. Hacia la misma época de publicación de ese libro, Henry Kissinger había producido en diciembre de 1974 su mentado memorando nº 200, titulado “Implicancias del crecimiento de la población mundial para la seguridad de los Estados Unidos y sus intereses de ultramar”. El documento abordaba dos cuestiones centrales: los posibles cambios en el equilibrio político mundial que produciría el crecimiento poblacional de los países en vías de desarrollo y las probables complicaciones para el acceso a las materias primas de uso industrial y militar. Pero también propuso acciones concretas, como fomentar políticas de control de la natalidad y, para que éstas no parecieran otra derivación del enfrentamiento norte-sur, acompañarlas con políticas generales de salud pública que tendrían financiamiento gubernamental y no gubernamental. Casi tres décadas después la cuestión sigue planteada en iguales términos pero agravada, pues por un extraño giro de la historia esas propuestas se han instalado en los organismos especializados de Naciones Unidas.

    A poco de regresar a la Argentina para hacerse cargo de su tercer gobierno, Juan D. Perón, cuya importancia en la historia nacional también es innecesario explicar, reclamó que los argentinos llegásemos a 50 millones de habitantes para el año 2000. Lo tenía bien claro y hemos fallado. ¿Qué diría hoy? ¿Cuándo aprenderemos a mirar el bosque?